Bebé no deseado
- Mamá greñuda
- 24 feb 2017
- 3 Min. de lectura

¡Estoy embarazada! el corazón se abrió en mi pecho y explotó como mil estacas en todo mi cuerpo, no sabia si me encontraba en mitad de un sueño de esos que te paralizan o si tal vez mi vista me engañaba al ver esas dos lineas rojas en la prueba de embarazo. Sentí por un momento que todo mi mundo se hacía chiquito, que mis sueños de juventud tardía se desplomaban como fichas de domino cayendo en un vacío infinito de miedos. Un bebé significaba el fin de mi aventura trotamundos, el fin de mis quincenas, de mis compras de fin de semana, el fin de toda mi libertad.
Me encontraba de piernas cruzadas en el sucio baño de un centro comercial cualquiera, tratando de elegir las palabras adecuadas para decirle a mis padres la tan sorpresiva e inesperada noticia del año. Al llegar a casa no podía contener el aliento y pensaba en las altas expectativas de mis padres sobre mi futuro; tardé demasiado pensando en qué decir, que cuando vi a mi madre el vómito verbal no pudo contenerse.
-Madre, estoy embarazada...
Muchos fueron los sermones que escuché a partir de ese día, uno por cada integrante de mi familia, amigos y compañeros de trabajo. Sentía que todos querían opinar acerca de cómo, cuándo, por qué y de quién, háganme el bendito favor! Todos los días pensaba en la posibilidad de decir "NO" al ser que crecía dentro de mí. Los nudos en el estómago por nerviosismo permanente se confundían con las nauseas y los ascos, simplemente era algo extraño, algo que no debía estar ahí, como el grano de arena en la ostrea.
Recuerdo el primer ultrasonido y mis deseos de dedos cruzados aun con la esperanza de que todo fuera un error, algo así como una bola de agua, un error de laboratorio, un: -No esta embarazada señorita Dulce. Pero no fue así, estaba súper embarazada, con cinco semanas de mi cuerpo como pecera, cinco semanas incubando a una diminuta semilla de sésamo y fue cuando entendí que ya nada sería igual, que mi vida cambiaría completamente y que esa semilla ya no me era tan desagradable. Empecé a imaginar cómo serían sus ojos, en que estaría muy molesta si heredaba mi pronunciada quijada, que ojalá tuviera las pobladas cejas de su papá y las pestañas de su abuelo, empecé poco a poco a dibujar su rostro en mi mente y repetía nombres con sus futuros apellidos para escuchar cómo lo llamaría, sonaba bien, se veía bien, ¡estaba bien! y de pronto la ostrea enojada con ese horrible y molestoso grano de arena en su vientre, empezó a formar una hermosa y valiosa joya, y a contar los días para verla.
La obsesión por preservar mi figura hasta el final de mis días, la idea de la piel colgada, las estrías, granos y ojeras, fue desapareciendo y convirtiéndose en ilusiones, en piecitos de bebé corriendo por los pasillos de mi casa, en risas, en llantos, en ganas de ser alguien de la cual pudiera sentirse orgulloso, en deseos de superarme, en amor... Un bebé llego a mi vida en el momento menos indicado y con la persona menos indicada, pero llegó de la manera más perfecta que podría imaginar.
No importa cuál sea la situación en la que te encuentres, un hijo jamás te arruinará la vida, todo lo contrario, exigirá de ti la superación, la reivindicación, una oportunidad para redireccionar tu vida. No importa lo que hayas hecho, no importa si los demás piensan que te equivocaste, un hijo reduce todo una simple venialidad. No tienes que rendir cuentas a nadie, no tienes que pedir perdón, no sientas vergüenza, ni miedo, transforma esos sentimientos en valentía, nunca más estarás sola y conocerás el verdadero amor.
Soy inmensamente feliz alado de mi granito de arena.
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